Año de San José

Por invitación del Santo Padre, el Papa Francisco, estamos celebrando el año dedicado a San José, Patrono de la Iglesia Universal.

San José, es también mi santo patrón y, cuando pienso porque lo escogí, recuerdo que es por el rol que él desempeñó en el plan divino para nuestra salvación. De este personaje poco se sabe, pero ese poco es más que suficiente para saber todo de él.

San José es también mi sacristán. En la capilla que hay en casa tengo una estatua de él, mi santo patrón, y junto a ella se encuentra una pequeña sacristía. Es por eso que lo llamo “mi sacristán” porque San José está ahí, cuidando todo lo que se necesita para la celebración de la Eucaristía, Misterio de Amor.

Pensando así, veo a San José como el sacristán de Jesús, y como protector de Santa María, su Esposa Inmaculada.

Así como los sacristanes tienen como tarea el cuidar todos los detalles para la celebración de la Eucaristía – es decir, el que todo esté listo y que no falte nada – lo mismo hizo José al ocuparse de proteger y cuidar a la sagrada familia para que tanto María, su esposa, como Jesús, su hijo nutricio, tuvieran lo necesario para celebrar el don de la vida.

El sacristán proporciona un trabajo invaluable – a través de la debida preparación del altar y de la iglesia – para que el milagro de la Eucaristía se realice en una forma apropiada. El sacristán es llamado a hacer un trabajo “a escondidas”, al atender a detalles que casi ni se notan pero que son esenciales. Desaparece de la escena y deja el camino libre para que Jesús-Eucaristía, a través de las manos y la voz del sacerdote, sea el centro y vida de la celebración. El sacristán no reclama méritos.

San José hace lo mismo; en silencio provee por su familia lo mejor que puede, haciendo que Jesús y su Madre, sean el centro de atención, su prioridad.

¡Qué obra! ¡Que humildad y sabiduría las de José! Él reconoce, acepta y vive su vocación – de protector de la sagrada familia – como sacristán de Jesús y custodio de María. No reclama reconocimientos, ni méritos; simplemente sabe escuchar, sabe proteger, sabe proveer y cuidar. En una palabra: “respondió.” San José respondió con amor al llamado de Dios y lo hizo con libertad, porque era un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios (cf. Lc 2,22.27.39).

¡Qué gran ejemplo para nosotros el que tenemos en San José! Para mí él es ejemplo de buen sacristán que cuida el tesoro de nuestra Iglesia, de nuestra fe – el tesoro de Jesús Sacramento y de María, Madre de la Iglesia.

Estamos llamados no a lucirnos sino, por el contrario, a desaparecer y permitir que Jesús luzca e irradie su vida – su Amor – a través de nuestras obras, a través de nuestras vidas.

Como San José, en humildad necesitamos escuchar la Palabra, para así poder responder a nuestra vocación de hacer presente a Jesús en todo momento de nuestras vidas y, también, proteger la belleza y la riqueza de los Sacramentos – en especial la Eucaristía. De esta forma, la respuesta propia a nuestra vocación se convertirá en un cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios por la belleza y santidad de la vida humana.

San José nos enseña que, en las muchas ocasiones, cuando nuestros planes no coinciden con los planes del Señor, es la confianza completa en el Amor lo que hace la diferencia. José siguió los planes de Dios con humildad y reciedumbre. Como José, Patrono de la Iglesia Universal, todos estamos llamados a ser patrones – protectores de la Iglesia, buscando siempre hacer la voluntad del Señor, confiando en sus planes de Amor, para que sea Jesús el centro de nuestras vidas y de la Iglesia.