Foto Por Getty Images / FG Trade
Cuando el médico te pone al recién nacido en los brazos, lo último en lo que piensas es en enviarlo a la escuela, pero, efectivamente, parpadeas y ya es hora de hacer cola para dejarlo en la escuela o de subirlo al autobús escolar. Nuestros hijos pasan tantos años en la escuela que es importante pensar en ellos. He aquí algunas ideas para que lleven consigo su fe y valores familiares cuando vayan al colegio.
Conoce a su gente
Es importante saber con quién pasan el día tus hijos. Haz preguntas y, mejor aún, ofrécete como voluntario para ayudar en la escuela o como entrenador para poder conocer a los niños. Observar a los niños trabajar, jugar e interactuar en su entorno aporta a los padres sabiduría y una valiosa perspectiva.
Sé claro y receptivo
Las expectativas deben ser claras, coherentes y comprensibles. Es una buena idea establecerlas cuando no haya una crisis y remitirse a ellas a menudo para que, cuando los niños tengan que tomar una decisión difícil, sean conscientes de tus expectativas y del resultado si no se cumplen. Haz que la conversación cómoda sea la norma para que no duden en charlar contigo cuando tengan una preocupación, alegría o decepción que compartir.
Va a suceder
Los niños llegarán inevitablemente a casa con una palabra, idea o actitud que se oponga a tus normas familiares, así que nunca es demasiado pronto para ayudarles a saber cribar y clasificar. Explícales por qué tu familia habla y actúa como lo hace. Explícale que tanto las Escrituras como nuestra fe católica forman lo que somos y lo que hacemos... proporcionan nuestra verdad y fundamento. En lugar de decirle a tu hijo que el pequeño Juanito está equivocado y es travieso, podrías probar: “Esto es lo que enseñó Jesús, y es lo que hacemos/decimos/creemos en nuestra familia”. Más de una vez he utilizado la frase: “Lo siento, cariño, pero no soy su madre; Dios me eligió para ser tu madre, y así es como te ayudo a llegar al cielo”.
El don del tiempo
Las cosas pueden parecer gigantes cuando nuestros hijos se han sentido heridos, decepcionados o avergonzados. Pedir ayuda a nuestro santo patrón o ángel de la guarda para reflexionar sobre las cosas antes de hablar de ellas es siempre una buena práctica. La verdad es que la gente dice y hace cosas malas. Por muy duro que sea ver a nuestros hijos tristes o en apuros, acompañarlos a través de esos momentos difíciles, fomentando al mismo tiempo la humildad y empatía, les ayudará a crecer en santidad. A veces, hace falta un poco de tiempo para ordenar las emociones y llegar a la raíz de la historia. Una forma poderosa de sacar lo mejor de estas experiencias es rezar por todos los implicados... incluidos los que cometieron un error o causaron el daño.
Las últimas y primeras palabras
Por la mañana, que las últimas palabras que oigan tus hijos sean: “¿Cómo puedo rezar hoy por ti?”. Puede que te hablen del examen de ortografía o de las pruebas de fútbol o de ese chico que no les deja usar el columpio. Entonces, que lo primero que les digas cuando los veas después del colegio sea una pregunta sobre cómo ha resultado aquello por lo que te pidieron que rezaras. Estas palabras aportarán más información que “¿Qué tal tu día?”. También nos recuerda a nosotros y a nuestros hijos que hoy no estamos solos. Dios vela por nuestros hijos igual que nos protege a nosotros y nos da toda la gracia para navegar por los años de la edad escolar.
Sheri Wohlfert es una esposa, madre, abuela, oradora y escritora católica. Su blog está en www.joyfulwords.org.